sábado, octubre 23, 2004



Vicisitudes de un 21 a la tarde
No hay lugar más solitario, melancólico y romántico a la vez,
que la Biblioteca Nacional un 21 de septiembre nublado...
El modo en que se estructura la forma de visitarla es simple...
Entran solas, entidades sin nombre, apenas con algún que
otro rasgo de humanidad en sus rostros. Se dirigen por el
derruido ascensor al quinto piso, para luego subir un piso
más por las escaleras y llegar al divino lugar donde todos
intentan en vano, preservar el silencio.
Allí llegan, en grupo, pero solos, buscando un lugar para
sentarse, que no existe y no existirá nunca, es puramente
ficticio, creado por quien sabe que recóndito lugar de la
mente. Y entonces lo ven... ese lugar libre, al que no quieren
ir. Pero ya están allí, no queda otra salida, más entes se
avecinan, callados, con caras largas y apesadumbradas
el horror se cierne en más de una de ellas, "ese inquietante lugar
en el medio de la sala", piensa con desden, "ese no...", pero
se apresura ella, casi sin darse cuenta a sentarse en el lugar
desocupado, pensando, quizás, que en su próxima visita pueda
escoger en vez de ser escogida.

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